¡Necesito una esposa!
Por: Mercedes Ducci, presidenta de ComunidadMujer
Lo escuché por primera vez hace años. Una colega luchaba por equilibrar las exigentes horas de reuniones y trabajo con una casa, marido e hijos que necesitaban de su atención y su tiempo. “¡Necesito una esposa!”, me dijo exhausta. Y no me estaba revelando su orientación sexual, sino registrando, con frustración, la ventaja que tienen la mayoría de los hombres al poder trabajar tranquilos mientras todas las preocupaciones que se relacionen con la familia pueden estar ausentes de su mente en horas de trabajo: tienen a alguien que sí pone su cabeza y su tiempo en gestionar las necesidades fundamentales, afectivas y prácticas del grupo familiar.
Con la irrupción del COVID19, se hizo evidente: el trabajo invisible y no remunerado de mujeres y niñas es el soporte de toda nuestra estructura productiva. Antes de la crisis, ya las mujeres triplicaban en horas a los hombres en dedicación al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, pero desde el inicio de la pandemia se ha visto en ellas el agotamiento con la multiplicidad de tareas que enfrentan.
En el mundo, más de 1.500 millones de estudiantes están en casa desde marzo de 2020. La demanda creciente de trabajo doméstico y cuidado infantil sin remuneración ha recaído, como es habitual, en las mujeres. Como consecuencia, gran parte de aquellas que perdieron su trabajo no están buscando uno nuevo. La falta de apoyo para el cuidado infantil es especialmente problemática para las trabajadoras esenciales y las madres sin pareja y jefas de hogar. Y en el caso de las niñas y adolescentes que viven en situación de pobreza, el riesgo de dejar los estudios y no regresar al colegio incluso después del final de la crisis se acrecienta.
Está ampliamente documentado que el trabajo de cuidados no remunerado de las mujeres tiene relación directa con la desigualdad salarial, con ingresos menores, pensiones más bajas y factores estresantes de salud mental y física durante la vida. Es, en resumen, un gran impulsor de desigualdad.
El estudio “Cuánto aportamos al PIB” desarrollado en Chile por ComunidadMujer, ONG experta en género, reveló que el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, que transcurre en el hogar y es el soporte para que sus miembros estudien o trabajen, hace un aporte superior a cualquier área de la economía, incluso la minería. Equivale en el país al 21,8% del PIB Ampliado. A modo de ejemplo, los “Servicios financieros y empresariales” aportaron solo 11,8% del PIB Ampliado.
A través de estos datos, el informe pone en evidencia un hecho fundamental: el gran peso del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado en la economía no se condice con la poca valoración social que tiene, con la carencia de herramientas adecuadas para medirlo, con la ausencia de políticas para mejorar las condiciones en que se realiza, ni con la falta de esfuerzos destinados a cuestionar los sesgos de género heredados con que se sigue educando a niñas y niños.
Quienes hacen este trabajo, en su mayoría mujeres, llevan siglos subsidiando el desarrollo de los países. Las labores que ellas realizan tienen un precio, pero solo si las llevan a cabo personas ajenas al hogar. No hay conciencia –o si la hay, se hace caso omiso– de que sin trabajo doméstico y de cuidado no existe la posibilidad de sostener el sistema económico y social. Funcionar como si las y los trabajadores aparecieran de manera espontánea en sus lugares de trabajo, sin que haya habido labores domésticas y de cuidado que les permitieron renovar sus energías para desenvolverse en ese espacio es un supuesto que carece de sentido de realidad. También lo es vivir como si no existieran responsabilidades de ese tipo en su día a día. Ambas cosas son dañinas para una sana reproducción del sistema.
La madre de las batallas en el avance de género es el reconocimiento de la corresponsabilidad en los cuidados. Por eso, al iniciar el proceso de escribir una nueva Constitución, con la primera convención paritaria en el mundo, las organizaciones de mujeres chilenas coinciden en plantear el reconocimiento del cuidado como un deber fundamental del Estado y la corresponsabilidad como un principio que debe atravesar la mirada desde Estado, empresa, mundo privado y hogares. Solo así se puede pensar en una igualdad sustantiva, en los hechos, que supere la violencia de género, que pueda dejar atrás la brecha salarial, tener una educación sin estereotipos y efectivamente redistribuir el poder entre los y las ciudadanas.
A medida que los países reconstruyen las economías, se da la gran oportunidad de reconocer, reducir y redistribuir el trabajo de cuidados no remunerado de una vez por todas. Ojalá la aprovechemos.