Una mamá de mil batallas
Por Laura Bernal
Si algo siempre tuve claro en mi vida, era que quería ser mamá. Después de largos noviazgos, un fin de semana de enero, de forma muy inesperada, conocí a mi alma gemela, de esos amores que no necesitas pasar años a su lado para saber que encontraste a la persona correcta. Al igual que yo, se moría por ser padre y poco le importaban los libretos de la sociedad que nos ponen orden secuencia a las decisiones de nuestras vidas y, sin pensarlo mucho, llegó María a nuestra vida.
Desde el momento de su llegada, me sentí completa. Ser mamá era el sueño más grande que tenía y María era mi mejor regalo. Aprender de ella cada día y enseñarle, llenaba mi alma. Quería ser perfecta para ella, quería todo para ella, que nunca le faltara nada. Veía a mi familia y sentía que era demasiado, que Dios me había premiado con mucho más de lo que merecía.
Una tarde de juegos, cuando María apenas tenía un año y medio, se paró sobre mí, permitiéndome descubrir una bola en mi seno. Era cáncer. La noticia fue difícil de asimilar, sentía que era muy joven para vivir esta experiencia, pero la palabra “muerte” nunca fue una opción en mi mente, tenía todas las posibilidades a mi favor y muchas razones para vivir.
Me sometí al tratamiento que el médico me indicó: quimioterapia, radioterapia y cirugía. María era muy pequeña, poco entendía lo que le pasaba a su mamá. Sin embargo, era considerada y tierna conmigo en los días que me veía con el ánimo más bajo. Yo siempre procuré esconderme en la casa de mis padres los días más difíciles, así ella solo podría recordar a su madre súper héroe que siempre estaba disponible para jugar con ella.
El tiempo pasó, el tratamiento funcionó, mi pelo volvió a crecer y ella me presentaba en el parque muy orgullosa a sus amigos como “su mamá que ya sí tenía pelo”.
Había pasado año y medio y parecía que el cáncer era una historia del pasado, pero el 30 de diciembre de 2020 nuevamente sentí una bola; esta vez en mi cuello. El miedo del cáncer me invadió nuevamente. Consulté a mi médico y mis sospechas eran correctas… había metástasis de mi cáncer de mamá. Los exámenes mostraron que estaba en muchas más partes de mi cuerpo y el doctor me indicó que debía iniciar nuevamente tratamiento. Esta vez ya no podía esconderme, María tenía que ser partícipe de esta aventura, una aventura difícil que vale la pena vivir por estar a su lado.
Ella misma me cortó el pelo, ella es quien cuida mi incapacidad los días que no soy capaz de pararme de la cama, me trae agüita, cobijas, me canta canciones y me trae las muñecas a la cama para que podamos jugar sin incomodarme; saco energía de donde a veces no tengo para jugar con ella.
¿Y no terminas muy cansada?, me preguntan muchas veces. Mi respuesta es NO. Ella me recarga de energía, sus palabras, sus besos, sus abrazos, sus caricias, sus juegos son la energía más mágica y sanadora que existe en el planeta.
Los doctores podrán tratarme con quimioterapia, radioterapia o cirugía, pero la clave de mi recuperación es ella. Ella me inyecta más vida que cualquier procedimiento médico. Ella me llena de motivos para vivir, para reír y para pararme cada día a seguirle dando la batalla a una enfermedad que no es fácil, pero tampoco imposible de vencer.
Te amo, María. ¡Gracias por ser vida en mi vida!
Créditos: Antonio Betancur