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El amor de una madre que trasciende al cielo

El amor de una madre que trasciende al cielo

Por Alejandra Gómez

 

Como mujer soñadora y amorosa de los niños, siempre soñé con tener dos hijos. Desde muy joven quise ser madre. Tuve un matrimonio que no fue exitoso y afectó mis planes, pero dos años después de mi separación, la vida me tenía guardado el mejor hombre del mundo, mi actual esposo y el papá de mis dos hermosos hijos. A él le debo la bendición de convertirme en MAMÁ. Gracias a él, todos los días puedo oír esa melodiosa palabra de “mamá”. Mis hijos Martín y Luciana, han sido el mejor regalo del cielo.

 

Martín es mi primer hijo y mi príncipe azul. Cuatro años más tarde, nació mi ángel, Luciana. Ella llegó a este mundo por una petición que le hice a Dios, de rodillas, para que mi papá tuviera un motivo más para luchar por su vida, a raíz de la noticia de un cáncer que le diagnosticaron con un pronóstico bien complejo. Así fue: ese mismo mes quedé en embarazo y esa felicidad apaciguó un poco el dolor que se respiraba entre nosotros.

 

A los tres meses de embarazo, en la cita obligatoria para esa etapa de gestación, nos dieron la súper noticia que era una niña y que venía con síndrome de Down. No les puedo negar que fue una noticia impactante y atemorizante para mí. No conocía mucho del tema. Me sentí realmente asustada y se me vinieron muchas cosas negativas a la cabeza al asimilar que venía con esta condición, pues lo poco que sabía de ellos, no era lo mejor. Es más, jamás había tenido contacto con uno de ellos y menos con un bebé. Mi mundo se nubló, lloré como nunca, pero como mujer de Dios y defensora de la vida, me sequé las lágrimas y con el apoyo de mi marido y mi familia, decidimos darle la oportunidad a nuestra hija de llegar a este mundo.

 

Mi reina hermosa nació el 27 de junio de 2017. Por fin tenía la familia que siempre había soñad: una parejita de hijos hermosos y un marido espectacular.

 

Sus primeros tres meses de vida fueron perfecto, pero los siguientes fueron una mezcla de alegrías y tristezas. Cambiamos mucho tiempo de estar en familia, por estar ella y yo solas en clínicas, a veces en otra ciudad y separadas de mi esposo y mi hijo. Soportamos muchas batallas. En varias ocasiones, ella esquivó la muerte y fue la más gladiadora de todas, un ejemplo de lucha y resistencia, hasta que hace tres años, durante este mes de mayo, el 8, mi vida se partió en dos: la muerte por fin ganó e hizo que Luciana diera su último suspiro entre mis brazos, convirtiéndola a ella en ÁNGEL y a mí en MAMÁ DEL CIELO.

 

Ahí empezó uno de los dos capítulos más dolorosos de mi vida, pero, al mismo tiempo, se ha convertido en esperanza para ir encontrando nuevamente la FELICIDAD y el AMOR que se habían ido con ella, agradeciéndole a Dios todos los días por haberme permitido conocer y luchar por los que hoy son un motivo más para seguir adelante.

 

Soy una apasionada por el trabajo social. Antes, dedicaba mi tiempo libre al rescate de los animales de la calle y, hoy en día, a lo que representa en muy poco tiempo mi futuro proyecto de vida. A través de esta experiencia tan dolorosa, Dios me ha permitido ver la razón para semejante sufrimiento y dolor, y por fin pude cumplir uno de mis mayores sueños: tener mi propia fundación y qué más felicidad de poder crearla para honrar la memoria de mi hija.

 

He podido sanar poco a poco esta pena que llevaré por el resto de mi vida, pero que me ha permitido sentir a mi hija más cerca en cada uno de los 16 hijos de corazón que Dios me ha dado.  

 

Hoy, mi vida ha tomado nuevamente color, gracias a este hermoso proyecto que lleva el nombre de mi hija, la Fundación Luciana Tovar Gómez. Ellos han logrado mantenerme enfocada en luchar por la población con síndrome de Down y mostrarle al mundo entero la otra faceta de esta condición, aquella que la mayoría desconoce y por la cual tal vez se producen tantos abortos en el mundo, porque ellos no son diferentes a nosotros, sino que simplemente tienen un cromosoma extra, EL CROMOSOMA EXTRA DEL AMOR, aquel cromosoma que, a mi juicio, es el que nos hace falta a los que nos solemos llamar “perfectos”. Este extra-cromosoma los convierte en personas mágicas y especiales, y ha hecho que este proyecto sea real y sostenible a pesar de los desafíos que nos ha traído la pandemia.

 

La familia Fundación Luciana crece cada día. Iniciamos con 9 personas y ya tenemos 16, con proyección a más. Nuestros estudiantes están entre los 15 y 47 años. Aún no atendemos pequeñitos, pero es nuestra ilusión, pues tenemos mucha demanda y eso significa que gracias a Dios las mamás han estado más abiertas a recibirlos y han aceptado la invitación a ser parte de un viaje diferente e inolvidable, para conocer y vivir al amor más sincero y especial que jamás se imaginarán.

 

En la Fundación realizamos apoyo y acompañamiento en los procesos de aprendizaje, con el fin de afianzar sus conocimientos y potenciar las habilidades cognitivas a nivel de lectoescritura, cálculo matemático, español y sociales. A nivel corporal, estimulamos su motricidad gruesa con clases de baile, deporte y, adicionalmente, les damos clases de manualidades y repostería, entre otras.

 

Más adelante, queremos ser un soporte para las mamás gestantes y para las que ya gozan de ellos, para guiarlas a ser conscientes de que ellos pueden ser personas independientes, elemento clave para su supervivencia cuando ellos no estén.

 

A pesar de la pandemia y no estar de manera presencial, continuamos trabajando de manera virtual, permitiéndoles continuar con su aprendizaje y desarrollo.