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El mejor trabajo del mundo

El mejor trabajo del mundo

Por Antonia Godoy

 

Cuando era niña, no me imaginaba siendo bailarina, astronauta o doctora, sino que mamá. Y no cualquiera: quería tener seis hijos, una casa grande y con muchos juegos y movimiento… ¡uf! No me imaginaba todo lo que significaba la maternidad. Ahora, con 30 años, creo que lo mejor que les podemos entregar a nuestros hijos es tiempo; y con seis niños, no hubiese tenido tiempo ni para ellos ni para mí.

 

Para que los sueños se hagan realidad, muchas cosas tienen que suceder y en mi caso, ¡sucedieron! Me enamoré joven. Él hizo propios mis sueños y yo los de él. A los 25 años recién cumplidos, ya estábamos casados y con muchos planes tanto familiares como laborales que queríamos desarrollar en equipo. Sin duda, ese 2016 fue uno de los años más emocionantes de mi vida. Hacer planes en conjunto y empezar nuestra familia de dos, fue lo que siempre soñé. 

 

Todo dio un giro cuando a Gastón le ofrecieron trabajo en Perú y sin pensarlo mucho, aceptamos irnos y vivir esta aventura, aunque en mi caso significara renunciar a un trabajo que me encantaba y en el que pensé que iba a hacer carrera. Soy educadora preescolar y me encanta, pero, en ese momento, vivir una aventura con mi marido y tener tiempo para quizás pensar en tener hijos, era algo que me entusiasmaba, porque existía la posibilidad que, si nos quedábamos en Chile, iba a posponer la maternidad por la importancia y responsabilidad que sentía en mi trabajo. Entonces, irnos era mi mejor excusa para embarazarme. No fue fácil, vivimos dos años en Lima y el primer año sin embarazo (porque así lo decidimos) ni trabajo… fue muy solitario, así que terminó por convencernos que queríamos ser papás y empezar a concretar ese sueño. 

 

Rápidamente y sin muchos problemas, quedé embarazada. Fueron 9 meses lejos de la familia y amigos, con todos los síntomas y la mayor parte del tiempo acostada y sola. No fue lo que me imaginé, pero de todos modos lo disfruté, porque visualicé y me preparé para lo que venía. 

 

Así fue como en junio de 2018, con 27 años, nació nuestra Lorenza. Sin duda, era lo mejor que me había pasado y vino a darme vida después de estar más de un año sin trabajar, ni poder desenvolverme en ese ámbito que tanto extrañaba. 

 

Volvimos a Chile cuando ella tenía seis meses, pero decidí posponer un año escolar mi retorno laboral para acompañarla en esos momentos tan importantes y ser yo misma quien la alimentara, hiciera dormir y estimulara su desarrollo. No fue una decisión fácil porque es muy cuestionada por la sociedad. Esto, porque se le da mucha importancia al dinero y me preguntaban que cómo no iba a aportar a la casa. En ese sentido, con mi marido estábamos de acuerdo en que no era lo más importante, aunque tuviéramos que hacer sacrificios al respecto. El segundo cuestionamiento tenía relación con el trabajo en sí: “¿para qué estudió, si no ejerce? ¡No le debe gustar!”. Uf, que lejos de la realidad, para ser educadora hay que tener vocación y creo que eso me sobra; para mí significaba una real pérdida no poder desarrollar esa faceta, pero estaba convencida que mi hija me necesitaba y que estaba haciendo lo correcto. 

 

A finales de 2019 y con mi hija de un año y medio, todo se dio y encontré trabajo en un lugar donde me ofrecían muy buenas oportunidades, incluyendo que ella estudiara ahí. Sentí un alivio, por fin volvía a retomar mi vida… iba a tener unas horas al día en las que iba a estar sola y quizás me podría reencontrar con la Antonia de antes que tanto extrañaba a veces. Lamentablemente, empezó la pandemia y se cerraron los centros educacionales y aunque sentí un poco de decepción, estaba lista para el desafío de hacer clases online. 

 

Una mañana de fin de semana de marzo de 2020, cuando estábamos ya encerrados y yo con mi cabeza en mi trabajo, en apoyar a mi marido en el suyo desde la casa y preparar y apoyar a mi hija para que estuviera emocionalmente bien en el encierro, me doy cuenta de que, sin planearlo, estaba nuevamente embarazada. El mundo se me vino encima, no sabía cómo lo iba a hacer… pensé: “¿qué hago con el trabajo? ¿Voy a tener que volver a renunciar o voy a tratar a mi segundo hijo diferente a mi hija mayor? ¿Soy mala educadora si vuelvo a dejar de hacer clases? ¿Voy a ser mala mamá si esta vez dejo a mi guagua en una sala de cuna?”. 

 

Ya había dejado todo dos veces antes, ¿qué hago ahora? Definitivamente no estaba preparada en ese momento, porque yo ya había tomado una decisión racional de lo que quería hacer, pero esta vez… no sucedió como quería.

 

En noviembre de 2020, nació Vicente y mi vida volvió a remecer todo lo racional y aunque amo lo que hago, mi instinto maternal me pidió estar con el… esta vez fue más fácil, más rápido, con menos juicios propios y externos, lo que lo hizo más natural.

 

Pero ahí no me quiero quedar, quiero reinventarme… encontrar algo que me mueva y que sea compatible con mi vida y tiempos de mamá. Por eso, decidí emprender y desarrollar un área que nunca me imaginé que me iba a interesar y resultar tan fácil como es la decoración infantil, siempre ligándolo a lo educativo que es mi fuerte. Espero poder lograrlo, entretenerme, aportar a mi hogar y desarrollarme como mujer. Pero también sueño con estudiar un magíster, volver a las salas de clases a enseñar y ser un ejemplo para mis hijos de adaptación y reinvención.

 

Amo a mi marido, quiero envejecer con él y ver a nuestros niños hacer sus vidas sin nunca sacarles en cara los “sacrificios” que hacemos para que ellos sean felices y tengan una linda infancia. Quiero estar con ellos ahora, pero sin duda quiero volver a lo mío una vez que me sienta segura para desenvolverme y desarrollarme como mujer y laboralmente, y una vez que volvamos a ser solo dos, no arrepentirme de nada… y seguir siendo la Miss Anto, como antes de ser mamá. Y no perder eso, como les pasa a muchas mujeres que, como yo, toman la decisión de acompañar los primeros años de vida de sus hijos.