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El ser y deshacer de ser madre

El ser y deshacer de ser madre

Por Camila Salazar

 

Desde que somos pequeñas, se nos imponen unas “costumbres” –por no decir normas– de género de lo que es ser niño o niña. Los juguetes para niña están enfocados en un estereotipo de mujer que cocina, lava la ropa y es mamá. Todas crecemos con una idea de lo que debería ser nuestra vida, estudiar en el colegio y en la universidad, conocer al hombre “perfecto”, trabajar, casarse, empezar una familia, quedarse en casa o trabajar, pero la persona encargada de la familia somos nosotras. Hoy en día sé que mi vida no tiene por qué ser así y a pesar de lo que los estereotipos me dicen, no quiero ser mamá.

 

No es una decisión que haya surgido de la nada. Pasé por todas las concepciones de querer una familia: “quiero muchos hijos y muchas mascotas, en una casa grande”, “quiero dos hijos, un niño y una niña, con muchos perros y muchos gatos”, “quiero dos niños, porque no podría con una niña y dos perros y un gato” “Quiero un hijo, de pronto adoptado y mis mascotas”, hasta que llegué a querer hijos solo de cuatro patas y peludos.

 

Tampoco es una decisión fácil, porque como lo decía, tenía que romper con todos los estereotipos con los que había crecido y recibir constantemente cuestionamientos por mi decisión. Por esta razón no ha sido fácil llegar a términos con la idea al crecer en una sociedad patriarcal y en una familia bastante extensa y convencional. Pero hubo varios momentos que han aportado a entender y aceptar en su totalidad mis deseos, con las cargas que esto conlleva. Son cuatro momentos que me han permitido descubrirme, entenderme y aceptarme un poco más, y sucedieron cronológicamente de la siguiente manera:

El ser y deshacer de ser madre

El primer momento fue a los 12-13 años, cuando entendí lo que implicaba físicamente traer un bebé al mundo. Esto lo vi en los programas médicos de Home & Health y Discovery; enfermedades huérfanas, los alcances del cuerpo humano, la genética, síndromes y trastornos son temas que me empezaron a llamar mucho la atención y siguen haciéndolo. Hasta este punto todo bien.

 

Sin embargo, empezaron a salir los programas de embarazadas donde mostraban todas las implicaciones, dificultades y las repercusiones del embarazo y del nacimiento en el cuerpo de la mujer. Más allá de lo estético, vi cómo todos los órganos viven comprimidos por meses y cómo las hormonas, la alimentación y la energía deben estar enfocadas en darle vida a otro ser. Vi también cómo el parto puede romper literalmente el cuerpo de una mujer en los mejores casos, donde le esperan meses en donde la energía que debería dedicarse en una recuperación va enfocada en la supervivencia de ese otro ser. Esto, sin considerar los casos en donde puede llevar a la misma muerte de uno de los dos. El caso de mi mamá no fue ese, pero después de 24 dolorosas horas de trabajo de parto, no hubo otra opción que cesárea. En esos momentos supe que no quería pasar por todo eso, para ser algo sobre lo que ya empezaba a tener dudas.

 

El segundo momento llego alrededor de los 15 años y fue mi primer acercamiento al feminismo. Dentro de esos (limitados) acercamientos, entendí que el modelo de que la mujer tiene que ser mamá para cumplir su labor biológica estaban mal, no tenía que serlo porque la sociedad me lo decía y como ya tenía unas cuantas ideas de que no quería serlo, respaldadas por el miedo físico a serlo, el feminismo me dio el soporte perfecto a decir NO VOY A SER MAMÁ. El poco acercamiento que tenía al feminismo me indicaba que no tenía que serlo y por fin podía dar una razón justificada más allá de “físicamente me da miedo”. Hoy en día, sé que no tengo que tener, ni dar razones justificadas, puedo no serlo y ya.

 

Además, en ese entonces, mi concepción de ser una buena feminista era romper con todo estándar social que me impusiera el patriarcado siendo rebelde (dentro de lo poco rebelde que soy) frente a las ideologías de género. Esos acercamientos al feminismo y a los derechos reproductivos de las mujeres me mostraron el aborto como una alternativa a quedar embarazada, (aun tomando las debidas precauciones, porque el programa ‘No sabía que estaba embarazada’ generó suficiente trauma para evitarlo a toda costa), y poco a poco esas preocupaciones de la adolescencia se respaldaban en un “si quedo embaraza tengo alternativas”, hecho que hoy en día todavía me tranquiliza.

 

Si soy tan buena con los niños, ¿cómo no voy a ser mamá? Los voluntariados fueron mi segundo acercamiento a trabajar con niños y niñas; el primero fue ser la prima mayor de 22, siempre había alguien más chico del que hacerse cargo o integrar en los juegos. Desde los 17 años, me enamoré de trabajar con chiquis, de compartir, enseñar y aprender también cosas nuevas, pero con la libertad de no contar con las responsabilidades que conlleva estar con niñas y niños, pues esas eran labores de las mamás y papás.

 

Las niñas y niños eran reflejos de lo que aprendían en casa, de lo que hacían sus padres por ellos y de lo que no también. Evidencié lo difícil que es ser madre, las cargas emocionales, económicas, individuales (lo que se deja de lado), las decisiones frente a la alimentación, el estudio, los permisos, los amigos, todos son factores que forman a una persona y podía ver parte de eso en las niñas y niños con los que trabajaba.

 

Lo más importante que puedo resaltar de los voluntariados es que he aceptado que amo a los niños, y siempre los amaré, pero no quiero ser madre. De hecho, en estos espacios es donde empecé a recibir cuestionamientos por parte de otras personas al no querer ser mamá, pues estaba rodeada de mujeres y varios hombres que estaban ahí, tomando de esa experiencia todas las enseñanzas posibles para cuando tuvieran que estar con sus propios chiquis.

 

“¿Por qué estás tanto en esto si no quieres ser mamá?”, “¿tú que eres tan buena con los niños y no quieres tener los tuyos?”. Como si tener facilidad a uno lo cualificará para ejecutar esa labor que es de toda una vida, y la más difícil según muchas madres y padres. También, una parte de mí, la más pesimista y rebelde, empezó a responder que justo porque quería tanto a los niños no quería tener los míos, lo que me lleva a mi último momento.

 

Quiero tanto a los niños, que no quiero tener unos propios. Esta es una de las partes más complejas que he llegado a entender en los últimos 2-3 años. La carga de ser madre viene acompañada de luchar contra un mundo de cosas que pueden salir mal, y aunque muchas son factores externos, las más relevantes están relacionadas con los procesos afectivos y emocionales. Lo veo en las niñas y niños más revoltosos de mis voluntariados, que simplemente no pueden expresar en casa lo que sienten, y llegan a buscar como expresarse de otras maneras, como, por ejemplo, saltando en las paredes y agarrándose con el mundo, todo porque no son escuchados o amados como ellos lo necesitan.

 

Lo escucho en historias familiares, cuando la atención a una hermana o hermano, o la falta de atención, se convierten en heridas profundas que aun de manera inconsciente marcan el actuar y las decisiones de vida.

 

O incluso en el mejor de los casos, cuando se decide evitar una cosa y se termina desviando al otro lado. Mi mamá tiene una historia curiosa, que asimilo satíricamente con este último ejemplo. “Camila no lloraba cuando se pegaba, se pegaba durísimo y se quedaba viéndome con ojos tristes, pero sin llorar, y yo le decía: ¡llora! ¡Llora!” y desde entonces no he parado de llorar.

 

Esto me ha permitido entender que la labor de ser madre, de ser una buena madre, es compleja, y aun en los mejores de los casos no será perfecto. Eso es algo muy complicado de asimilar, sobre todo porque el error no es menor, es un ser humano que se está formando para ser un miembro funcional de la sociedad.  Aun así, puede ser un individuo lo suficientemente funcional, pero con cargas y traumas emocionales –que tendrán repercusiones en su bienestar y relacionamiento con los demás– de los cuales en gran parte eres responsable.

 

Quiero tanto a los niños que no quiero tener unos propios, porque no estoy dispuesta a ser la razón del sufrimiento, traumas o taras de alguien. Porque he visto cosas en mí misma de mi mamá (y de mi papá) que he dicho no me gustan, y he visto cosas de mi abuela en mi mamá que ella ha dicho que no le gustan, como para seguir con esa carga generacional de “no me gustan” colmada de resentimientos.

 

Ahora, no todo es pesimista. Creo que la vida no es lineal, sino una especie de espiral y por esa misma razón, puedo utilizar esos mismos momentos para resaltar mayores aprendizajes, que he tenido en los últimos 3-4 años, y para eso me devolveré sobre mi línea, bajo los mismos temas y curiosamente de manera contraria.

El ser y deshacer de ser madre

En ese mismo proceso, de entender el relacionamiento psicosocial de las familias, y que muchos traumas se generan desde estas, he podido ser consiente de estos traumas en mí misma, este es el primer paso, para en algún momento curarlos o sanarlos, el segundo paso, y con el tiempo superarlos, tercer paso. El típico “no cometeré los mismos errores de mi madre”, cometeré mis errores y aprenderé de ellos, y de los de mi madre aprenderé a no irme a un extremo o a otro. Y aun después de entender que se pueden sanar, mantengo mi decisión de no querer ser madre, pero comprendiendo y no culpando a la mía.

 

He llegado a aceptar que, aunque no quiera ser madre, no implica que no pueda apoyar procesos de desarrollo, sobre todo porque la educación y el bienestar de niñas, niños y adolescentes son temas que me apasionan. Después de muchos años de ser voluntaria, llegué a dirigir voluntariados. Estaba en una reunión de acudientes con un amigo, cada uno se presentaba, diciendo que era mamá o papá de x niña o niño y tenía 2, 3 y 4 hijos. A pesar de que no tenía hijos propios, mi amigo se presentó diciendo “yo soy papá como de 60 chicos”. Ahí entendí que también cumplo el rol de madre en estos espacios, ofreciendo oportunidades para explorar la curiosidad, pero también los límites, compartiendo mi tiempo, amor, enseñanzas y un par de regaños.

 

Puedo tener toda la paciencia, el amor, la dedicación e intención y aunque no me interesa cumplir el rol en su totalidad, sí sé que puedo disfrutar una pequeña parte de eso.

 

El entrar en la universidad y salir un poco más de esa burbuja en la que vivo, me ha permitido entender un poco más la sociedad, las personas, los diferentes contextos y dificultades de cada quién. Esto me llevo a conocer las diferentes corrientes del feminismo, del verdadero feminismo y no el entendimiento superficial que tenía más pequeña, con el fin de ser una aliada para otras mujeres, niñas y personas.

 

Pude entender la complejidad de la construcción del rol de la mujer, las cargas que se les ha impuesto históricamente, a las que hoy en día todavía se tienen que enfrentar. Por esta misma razón, defiendo que no se puede juzgar las decisiones de las demás. Entendí que todas las decisiones son válidas –siempre y cuando sean libres–; ser mamá de cinco y ama de casa, es igual de válido que ser empresaria y no ser mamá.  Son decisiones individuales, valiosas en todos los sentidos y tienen que ser igualmente respetadas. La crítica, el juzgar, no aporta a las mujeres como individuos, pero mucho menos a la construcción de una sociedad libre y transigente.

 

Por último, todo lo anterior me ha permitido entender (en el último año para ser honesta), que sí, el cuerpo sufre con el embarazo y el parto, pero todo hace parte de la magia de la naturaleza de dar vida. La magia del cuerpo de adaptarse de la manera que lo hace, estirándose, moldeándose, adaptándose, para eventualmente retomar su forma sin nunca volver a ser como antes, pero siendo muestra de que creó vida. Esa es la verdadera magia de la naturaleza y de los cuerpos femeninos por hacerlo.

 

Sigo sin querer tener hijos. Mi mamá hasta hace poco lo asimiló como algo que digo de verdad y no como capricho de “cuando tus amigas empiecen a tener hijos, vas a cambiar de opinión”. Seguiré recibiendo todo tipo de preguntas y de interrogantes por no cumplir esa función que se le dio a mi cuerpo. No sé si cambie de opinión, no creo, pero hoy en día, entiendo y resalto la valentía de querer ser mamá, la fuerza y la admiración de traer un bebé al mundo con todas las implicaciones que eso conlleva y, aun así, ser feliz con mi decisión de no serlo.