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La llegada de una bendición a los 45

La llegada de una bendición a los 45

Por Diana Useche

 

A mediados de junio de 2018, inicié mis estudios de maestría. Fue un proceso de dos años bastante riguroso, más aún cuando tenía que asumir varios roles.

 

Cuando en noviembre de 2019 completé un atraso de dos meses, no me imaginaba que estaba en embarazo, pues llevaba un método de planificación con mi ginecóloga. Seguí, entonces, mi vida normal, haciendo mucho ejercicio y con todas las actividades de trabajo, estudio y familia que tanto tiempo demandan.

 

Lo único que empecé a sentir fue mucho sueño al final de la tarde, pero lo interpreté como el cansancio físico provocado por los estudios que me implicaban trasnochar, sumado a las otras actividades laborales y familiares. Aunque no solía sentir tanto sueño, asumí que podía ser normal por todas las responsabilidades que tenía…

 

Una noche, al regreso en carro a la casa de mi madre, tuve que parar porque el sueño no me permitía continuar conduciendo. Descansé un rato y arranqué de nuevo, porque vivo en Cajicá y el trayecto no es corto. Cuando llegué a la casa, mi madre me sugirió hacer una prueba de embarazo, y aunque estaba segura de que no era posible, me hice la prueba y… Dios mío, ¡sorpresa! El resultado mostró dos rayitas, es decir, era positivo.

 

Sentí un gran desconcierto, un temor muy grande e incertidumbre, y pensé, segura de que el resultado sería negativo, que la que me había hecho era una prueba sencilla y que no debía estar bien, por lo que me realizaría otra prueba en sangre. Los pensamientos que pasaban por mi mente eran muchos: pensaba sobre mi edad, el tiempo actual y todo lo que una mujer a sus 45 años puede sentir al recibir esta noticia, sabiendo que muchas intentan durante años quedar en embarazo. Para mí, era una noticia que cambiaría de nuevo el curso de mi vida, sobre todo porque mi esposo no quiso tener más hijos; ya teníamos a nuestra hija Valentina, de nueve años, y había sido una decisión de vida para los dos.

 

En verdad, no entendí lo que pudo haber pasado, y aquella tarde lloré en casa de mi madre mientras recibía de ella las palabras más hermosas y positivas.

 

Después debía darle la noticia a mi esposo, algo que me llenaba de mucho temor. Oré a Dios, y le dije a mi esposo a la noche siguiente de que regresara de viaje. Él no lo recibió con la mejor actitud, y yo lo entendí. Sin embargo, debía seguir adelante con la prueba en sangre, y fuimos al día siguiente al laboratorio ya un poco más tranquilos.

 

Esa misma tarde, cuando íbamos hacia el Puente de Boyacá a ver las iluminaciones navideñas, recibí en mi correo el resultado: los niveles de Beta indicaban un embarazo de casi dos meses.

 

Le comenté a mi esposo en privado, y callamos durante todo el camino. Al final, como había demasiado tráfico para acceder al puente, decidimos regresarnos a casa. En el camino, pedí a mi Dios que no me soltara de su mano ahora que recibía esta nueva vida.

 

A la mañana siguiente, decidimos contarle a la madre de mi esposo, que estaba con nosotros en casa. Yo tenía lágrimas en los ojos y estaba desconcertada, y ella, llena de felicidad, me dijo: «nada pasa sin que el Señor lo permita, Dios te bendiga y todo saldrá bien».

 

De inmediato, busqué un ginecólogo y Dios me puso en el camino al Dr. Germán Ruiz, un médico humano y carismático que estuvo muy pendiente de nosotros. En la primera consulta, él nos dijo que los embarazos a los 45 años tienen una probabilidad alta de no progresar, además de que se deben revisar bastantes aspectos porque son considerados embarazos de alto riesgo. Sus palabras me llenaron de angustia y preocupación, sin embargo, dejé que Dios diera su diagnóstico.

 

El 27 de diciembre presenté un sangrado y fui de inmediato a la clínica. Por suerte, todo salió bien, pero nos indicaron que debíamos evitar los viajes por tierra. Como teníamos planeado un viaje de fin de año, debimos conseguir transporte aéreo para lograr reunirnos con la familia. Durante ese descanso de fin de año, tuve algunas molestias normales, pero no pude disfrutar del mar por recomendación del médico. Gracias a Dios, todo estuvo muy bien.

 

Tras el inicio de los controles y luego de haber acudido a varios exámenes, a los casi tres meses de embarazo tuve un episodio de asma que junto con una molestia inicial, me incapacitó. Todos los controles iban bien, y en medio de la pandemia, con mucho temor para salir, fuimos superando cada paso, y Dios y la Virgen siempre estuvieron con nosotros, tanto así que el doctor Ruiz me decía: «increíble, Dianita, todo ha salido tan bien, no me suele suceder esto, parece un embarazo como de una mujer de 30 años».

 

Durante las últimas semanas de embarazo, los controles se hicieron más rigurosos y al llegar a la semana 39, tuve un nacimiento bendito y un bebé hermoso y sano.

 

Carlos Felipe es nuestra otra bendición. Nació sin estar en nuestros planes, pero seguro que sí estaba en los de mi Dios. Tenemos dos hijas mujeres, María Paula y Valentina, y ahora Carlos Felipe, con toda la ternura y amor que me da, y la felicidad que les brinda a sus hermanas y su papá, es la perfecta manifestación de bondad de un Dios de amor en nuestro hogar.