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Nuestro mayor acto de heroísmo es atrevernos a ser auténticas

Nuestro mayor acto de heroísmo es atrevernos a ser auténticas

Por María Bibiana Botero

 

Toda la vida quise ser mamá. En el mundo en el que crecí, no serlo simplemente no era una opción, y luego en la universidad entendí que sí existía esa posibilidad. Sin embargo, lo mío era una convicción y no una imposición social. Lo que yo no quería era ser únicamente mamá, porque en mi mundo, las mujeres eran solo cuidadoras. Pero como alguna vez le escuché decir a alguien, podemos escoger con qué parte de nuestro legado nos quedamos.

 

Tuve la fortuna de poder contrastar la información que recibía del mundo exterior con un hogar formado por un papá y una mamá retadores del statu quo. Pese a que crecí en una sociedad machista, estudié en colegio conservador, recibí como herencia materna la fuerza de un matriarcado alegre pero abnegado y tuve el ejemplo de trabajo de una familia dedicada a una actividad masculinizada como es el sector agropecuario, nunca concluí que de mí se esperaba un rol secundario, invisible o sumiso.

 

En mi casa, la belleza nunca fue un tema. Tampoco tuve beneficios por ser la única mujer. En cambio, la exigencia por la excelencia, el debate, el pensamiento crítico, la conciencia de que al que más recibe más se le exigirá, fueron la norma y siempre me dijeron que yo era una mujer muy inteligente y capaz.

 

Mi mamá, desafiando lo que la sociedad y su familia esperaban de ella, pero con el apoyo decidido de mi papá, empezó a trabajar. Jamás olvidaré su lucha permanente para mantener en perfecto estado esos dos mundos. Solía repetir “en esta casa no se puede dañar ni la licuadora, porque cualquier cosa que salga mal, es por culpa de que yo trabajo”. Apenas hoy puedo dimensionar la angustia y la presión que eso significaba para ella.

 

Traigo esa anécdota a colación porque quisiera dedicar una reflexión a la culpa que muchas veces sentimos las mujeres que hemos decidido ser mamás y trabajar. Mi primer pensamiento es que solo sentirla es sinónimo de privilegio. No puedo imaginar a una de esas mujeres valientes cuyo trabajo significa subsistencia con este tipo de dilemas. La culpa es una carga que ha asfixiado (y sigue haciéndolo) a muchas de nosotras. Mi experiencia, sin embargo, me muestra que es posible combinar las dos cosas. Algo distinto es que sea fácil.

 

Debo confesar que en ocasiones me siento como Elastigirl, la superheroína flexible de ‘Los Increíbles’, cuyo super poder es la capacidad de estirarse hasta 30 metros sin dañar su forma. En mi día a día paso de una reunión en el colegio de mis hijos o una recogida en la enfermería por un dolor de estómago, a conectarme a un comité estratégico para dar informe de los resultados del trimestre. A esto sumo mi altísima autoexigencia, que me lleva a querer ser la mejor en todo lo que hago, y que, si bien ha sido el motor para mantenerme en un estado permanente de inquietud intelectual, mal manejado puede llegar a ser el mayor de los tiranos.

 

Este camino de descubrirme como mamá, mujer y ejecutiva no ha sido fácil y he tenido que trabajar en mí para conciliar todas mis facetas. He llegado a sentirme culpable por estar cansada o por querer leerme un libro. Pero fue en ese proceso en el que sucedió algo maravilloso: me reconocí como imperfecta.

 

Entendí que no soy, no seré y no quiero ser súper héroe. Mi meta es ser una mamá amorosa, auténtica, alegre y formar unos seres humanos conscientes que le aporten a este mundo. Espero que mi esfuerzo los inspire, pero que en ningún caso sea una carga. También quiero ser una líder trascendente y causar impacto con mi trabajo. Nada más. Y nada menos.

 

Trato de no ponerme cargas innecesarias. De no seguir los imaginarios que existen alrededor de ciertos roles. Mi casa no siempre tiene flores, merco por internet o de noche, no veo a mis amigas cada semana, a veces se dañan los electrodomésticos, mi carro casi nunca tiene gasolina y renuncié a mis intentos de cocinar. Dejé de preocuparme porque mis hijos no tengan un recuerdo de “la torta tan deliciosa que hacía mi mamá”. Esa mamá no soy yo y mis hijos no contarán esa historia. En cambio, contarán que su mamá los contradecía solo por el afán de que vieran el otro lado de las situaciones.

 

Así, relajé mis estándares y empecé a disfrutar de mi realidad. Los niños se cuelan en mis reuniones virtuales y falto a algunas reuniones del colegio. Lo importante es mantener lo esencial. Y eso, como dijo El Principito, es invisible a los ojos.

 

También entendí que no existe un ideal de mamá ni de ejecutiva y que la responsabilidad del hogar es compartida. Para dedicarnos con pasión a ejercer nuestra vocación, las mamás ejecutivas necesitamos una red de apoyo. Solas no seríamos capaces. Quiero en este punto hacerle un reconocimiento a esos esposos como el mío, que me aterriza cada vez que aparece el monstruo de la culpa y el fantasma de la súper mujer.

 

Mis hijos han crecido con una mamá ejecutiva y no conocen algo diferente a eso. Saben que son mi prioridad y que eso es algo que no delego. Pero saben también, que soy mujer, esposa, amiga, hermana, hija, empleada, emprendedora, estudiante y líder. Y que me hace bien realizarme en todas mis facetas. Mantener ese equilibrio y sacar tiempo para mí, es beneficioso para ellos. En palabras de Stephen Covey, se trata de “afilar la sierra”. No debería existir la culpa.

 

Nunca les he dicho que trabajo “para poder darles gusto”. Por el contrario, les digo que me siento completa, que me hace feliz servirle a la sociedad, que estoy impactando vidas. Como tantas mujeres que me antecedieron, yo también quiero dar un poco más de mí para abrirle camino a las que vienen detrás. No quiero hacer solo lo que me corresponde, sino contribuir con acciones decididas a que tengamos una sociedad más inclusiva.

 

Cada mujer debería tener la posibilidad de decidir qué quiere hacer con su vida, y cualquiera que sea el camino escogido, deseo de corazón que lo disfrute y que se sienta plena y realizada. Hoy quiero invitarnos a que volvamos a nuestra esencia. Las mujeres tenemos la capacidad de inspirar y transformar a otros. Confiemos en nuestra sabiduría, en nuestra intuición y escuchemos nuestra voz. No hay necesidad de compararse con estándares inalcanzables. No busquemos ser super mujeres. Permitámonos ser vulnerables. Disfrutemos el maravilloso mundo de posibilidades que nos ofrece ser mujer. El mayor acto de heroísmo es atrevernos a ser auténticas.